Son la seis cuarenta de la mañana. Hace cuarenta minutos que me he levantado y ya me veis, escribiéndoos. Mi ritmo biológico es distinto aquí en El Salvador. Y no he querido concluir mis cuarenta años sin deciros esas cosas que un hijo se queda normalmente guardadas en el corazón y por lo tanto arrastra el resto de su vida.
Querido hijos… cuando leáis esta carta, ya seréis mayores de edad. El juez no tendrá más remedio que entregárosla porque será vuestro derecho y la ley así lo obliga...