LOS CULTOS Y LOS INCULTOS - II Ver más grande

LOS CULTOS Y LOS INCULTOS - II

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Es curioso que hubiese dos tipos de persona en el mundo. Los cultos y los incultos. Pero ¿Quién era culto? Aquel que tuviese conocimientos científicos. La cultura iba unida al conocimiento científico y por lo tanto a la inteligencia bien aprovechada...

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Es curioso que hubiese dos tipos de persona en el mundo. Los cultos y los incultos. Pero ¿Quién era culto? Aquel que tuviese conocimientos científicos. La cultura iba unida al conocimiento científico y por lo tanto a la inteligencia bien aprovechada.
La idea de dios era para los incultos y los niños, estos mediante la religión debían adquirir una serie de principios morales de los cuales partir en su formación mundana.
El dinero servía para imponer respeto y para comprar salud si era necesario.
El colegio, la casa de la castración. La castración era dolorosa no por la pérdida de los atributos, sino porque está perdida era parcial, era un trabajo chapucero y por ende doloroso. Era un trabajo burdo en su planificación y en su ejecución. La mayoría carecían de la formación mínima para ser castradores. Allí aprendimos unos el terror psicológico del castigo. La demencia humana. La perversión y las inmensas fronteras de la injustica, muchos sucumbieron y pasaron a ser torturadores el resto de sus vidas. Los que sobrevivimos nos quedamos más o menos marcados por el afilado cuchillo castrador por eso tuvimos que ir aprendiendo solos el resto de nuestra vida.
El sexo estaba prohibido, hoy todavía siento envidia de aquellos que no lo sublimaron y contaron que cayeron una y otra vez en el onanismo. Yo no supe quien fue Onan hasta muchos, muchos años después.
Controlar la actividad sexual de un ser humano mientras alcanza la madurez reproductiva, con la amenaza del dolor del fuego para toda la eternidad, es a todas luces una idea perversa que no he conseguido entender por mucho que he reflexionado sobre ello. Que sociedad más triste es aquella que lo pretende y que progenitores más abyectos aquellos que lo permiten.
Ir a misa todos los domingos y escuchar el aburrido sermón de un pérfido eunuco trasnochado era un mal menor. Aquella imaginería emponzoñada, aquella veneración incomprensible a un ser humano crucificado. Aquella antropofagia simbólica, eran la muestra inequívoca de la decadencia cultural y de la barbarie.
Mi infancia no tuvo ni pies ni cabeza, aprendí a leer sin gustarme y aquel himno nacional matutino y aquel rosario, diario, no consiguieron despertar en mi ningún interés militar ni eclesiástico.
No podía jugar al futbol, nací con una coartación aortica que me impedía hacer la mayoría de los deportes.
Mi madre me conto en tono de reproche que mi salud siempre le dio mucha guerra desde pequeño incluso. A los pocos días de nacer, contraje una bronquitis capilar, el medico vino a casa y al despedirse le dijo a mi abuelo en privado que al día siguiente volvería a firmar mi partida de defunción. Continuaba contándome que pase la noche emitiendo un tenue quejido y cuando a la mañana siguiente llamaron al médico, este sorprendido dijo: ¿pero es que no ha muerto? Y entonces me suministraron antibióticos.
El optimismo de mi madre por llamarlo de alguna manera, duro toda su vida. Abandonada en un asilo mal oliente decía hasta el último momento que la trataban muy bien y que allí estaba perfectamente atendida. Nunca he sabido si realmente estaba convencida de ello o continuaba negándose a asumir la realidad de su vida. De férreas convicciones, era cariñosa conmigo, siempre me abrazaba y me besaba y le gustaba que la abrazasen.
Hay dos personajes de mi infancia que guardo con especial cariño. Mi abuelo materno y Paca, la portera de mi casa que fue mi niñera.
Porque no podía ser un mediocre, porque tenía que luchar exhaustivamente por no serlo, que tenía yo de especial y por naturaleza para no permitirme ser una persona normal, vulgar, conformista, feliz y satisfecho de las vivencias y cosas banales. Rodeado de personas vacuas. De la sencillez de lo torpe, de la ingenuidad de lo miserable.
La obligación de todo niño es ser feliz. Si te sientes querido. Yo me sentía querido por mis padres incluso por encima de mis malas notas, de mi incapacidad para ser un niño aplicado y estudioso. Me sentía condescendiente querido, valorado como un ser gracioso y divertido. Sentía, que poder hablar con mis padres abiertamente y con franqueza de mis hallazgos mundanos, de mis dudas, incluso de mis sentimientos. Poder preguntarles sobre cualquier cuestión. Era una prerrogativa que me hacía único. Mi amigos, el mundo que me rodeaba, incluso mis propios padres nunca habían conseguido ese grado de confianza con los suyos. Nunca pensé que yo tuviese parte de ese merito, sino que el mérito era totalmente suyo.
Llamaba a mi padre “bollín” por la blandura de sus músculos faciales, no tuve problema de decírselo ni de comprobar dicha textura delante de amigos o familiares, lo cual podía entenderse como una falta de respeto pero el cariño que emanaba de esa acción no lo sugirió nunca.
A mi madre la llamaba “magor” (madre gordita) El hecho de ser una mujer metida en las carnes propias de mujer de su momento sumada a su condición de madre, la hacían especialmente entrañable.

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