OLVIDAR NO ES ASUMIR, HAY QUE ASUMIR PARA CRECER - V Ver más grande

OLVIDAR NO ES ASUMIR, HAY QUE ASUMIR PARA CRECER - V

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No recuerdo si este fue el mismo religioso que me cambio el mote, creo que sí, “farolillo rojo” no era suficientemente denigrante, había que buscar otro que incluso cuestionara mi dignidad, dignidad de ser humano, recuerdo que al crearlo y decirlo públicamente...

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No recuerdo si este fue el mismo religioso que me cambio el mote, creo que sí, “farolillo rojo” no era suficientemente denigrante, había que buscar otro que incluso cuestionara mi dignidad, dignidad de ser humano, recuerdo que al crearlo y decirlo públicamente, la clase entera se reía y él quedaba como un individuo gracioso y ocurrente que lo situaba en un marco de superioridad moral sobre todos nosotros. Era una de las perversiones que claramente pude apreciar, por encima de los golpes en la cara que te podían llegar a tirar al suelo, aunque tampoco hay que quitarles merito, obligarle a un niño a mantener la mano extendida frente a unos golpes de regla de madera tampoco estaba mal. Juntar la punta de los dedos para que el golpe sea más doloroso o estirar de las patillas o del pelo de la nuca eran prácticas comunes que los malos teníamos que padecer y los buenos observar. Con el tiempo uno descubre que la tortura y el sometimiento que se le hacía a los buenos fue muy superior que el que sufríamos los malos simplemente porque nosotros supimos la cuantía del dolor, los religiosos sabían que la imaginación es el mejor aliado del miedo.
Mi padre no era cura, era de los pocos profesores seglares que tenía el colegio.
Es posteriormente cuando profundizamos más, cuando empezamos a cuestionarnos hechos evidentes. Llega un momento en que uno se tiene que enfrentar a la realidad de cara. Al principio uno piensa que el culpable es él, después se da cuenta de que es un incapaz y que no puede corregirse, por fin uno descubre una clara incongruencia del torturador o una evidente parcialidad que lo inhabilita como justo, después descubre que hay una falta de proporcionalidad entre la falta y el castigo. Entonces uno descalifica al torturador y piensa que él es el único culpable. No tarda tiempo en darse cuenta que no es el solo sino que hay una casta de torturadores que al igual que él con más o menos saña torturan igualmente. Entonces eleva uno el grado de responsabilidad, es la institución la culpable y uno no tarda en hacerse férreo opositor de esa institución y se rebela contra ella. Pero al poco te das cuenta que esa institución no es la única que tortura, que hay otras que ejerce con semejante virulencia las mismas prácticas. ¿Y porque el estado lo permite? Alguna responsabilidad debe tener ya que es imposible que no sea consciente. Es una práctica común entre las instituciones religiosas. Pero todo esto lleva su tiempo de análisis, descubrimiento y asimilación. Y las cosas parece que van cambiando y se van suavizando. El tiempo va borrando en parte las vivencias amargas porque el ser humano tiene que sobrevivir, por otra parte la ternura hace que se recuerde la infancia con singular cariñó y este sentimiento pretende equilibrar la hipotética balanza de nuestras vivencias. Pero olvidar no es asumir y hay que asumir las vivencias para crecer y crecer es inevitable. Es entonces cuando damos un paso transcendente en nuestras vidas. Cuando tenemos que afrontar nuevas decisiones pero esta vez como padres. Es entonces cuando nos empezamos a cuestionar que como tales somos responsables de los valores que podrán asumir nuestros hijos. Entonces nos damos cuenta que en el estado no acababan las responsabilidades y que nuestros propios padres también fueron cómplices de esa torturas. Este es el paso fundamental de nuestra apertura mental. El hecho de que nosotros también seremos responsables de ciertas amargas vivencias de nuestros hijos no les exime de responsabilidad a nuestros progenitores ni nos libera a nosotros mismos de la falta de rebeldía, del conformismo, de la culpa individual que cada uno tiene como ser humano libre, emocional y racionalmente. Nosotros haremos lo que podamos con nuestras culpas y nuestros perdones pero serán otros los que deberán condenarnos. Es entonces cuando el olvido tendrá su auténtico significado porque nos permitirá crecer.

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