LOS FARISEOS DEL OLVIDO - VI Ver más grande

LOS FARISEOS DEL OLVIDO - VI

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Entre las maldades educativas estaba la asunción de que había un pecado original, nos hacían reconocer como verdad incuestionable que el ser humano nacía ya en pecado, sin opción ni sentido, nacía condenado por ese pecado de nuestros primeros padres. Hecho a todas luces injusto. Y es que el sentimiento de culpa es esencial en la religión que me impusieron de niño. El sentimiento de culpa va íntimamente ligado al miedo y este miedo es la palanca más poderosa de control y dominio de la voluntad de un ser. Por miedo, el ser humano es capaz de renegar de su propia naturaleza. Por miedo el ser humano se llega a someter a las mayores perversiones. Por eso los fariseos del olvido, crean un infierno eterno, donde el mayor de los dolores físicos, el que produce “el fuego” nos quemara continuamente y sin pausa a lo largo del terrible y amañado concepto de eternidad. Las mentes que crearon este concepto y que enfervorizadamente se lo trasmitían a los niños forjando su educación eran las mismas mentes abyectas que hoy siguen trasmitiendo esos valores y que están en los principales puestos de poder de esta sociedad. Tal vez también encontremos con idénticas convicciones a personas muy queridas por nosotros, abuelos, padres o hermanos, etc. Estas personas probablemente no hayan sido elemento directo capaz de inculcarnos con saña tamañas aberraciones, pero si han tenido la responsabilidad de permitir que verdugos profesionales nos grabaran a fuego dichos miedos y nos marcasen con esos valores y esas ideologías. Mi hermano recuerdo que de niño se esforzó en explicarme claramente que los pecados son como clavos que clavábamos en una tabla de madera, nuestra alma. Al confesarnos arrancábamos esos clavos pero… pero quedan los agujeros. Para terminar de reparar nuestro mal deberemos rellenarlos con la masilla. Y esa masilla se consigue mediante la indulgencia plenaria o el tiempo de tormento que pasemos en el purgatorio. Que aberrante la iglesia católica...
Tuvo una cosa positiva que me inmunizo para cualquier otra religión, como me contaba mi padre que un amigo suyo le decía que llevaba a sus hijos a un colegio religioso para que se hicieran ateos. Recuerdo que yendo todavía al colegio, una vez le pregunte porque nos había llevado a estudiar a mi hermano a mí a ese centro religioso si el no creía en dios. Y me contesto que al margen de eso me inculcaban buenos principios. Lo más absurdo es que yo le creí. Esa terrible necesidad que tiene el ser humano de buscar pilares y figuras paterno-maternas para afrontar su vida. A mi madre siempre la vi como una católica moderada. Creía, cumplía o eso creo yo, pero no era una beata. Cuando se casó, poco después de la guerra, nos contaba que el cura le dijo que tenía que pensar que el acto sexual dentro del matrimonio podía hacerse incluso en el mismo altar por lo que no tenía que suponerle nada vergonzoso. Hoy pensando aquella frase que a mi madre se le quedo marcada a fuego no sé si pensar que al cura aquel era un sacerdote de buenos y nobles principios familiares o si lo que le pasaba es que le iba la marcha esa fetichista de hacerlo en la propia iglesia. Nunca lo probé. Curiosamente una de mis dos ex me conto que si, al contármelo se ufanaba, no sé si en el fondo era así. Hoy por hoy sigue sin resultarme un lugar sugerente. Los templos sobrecogen, empequeñecen al visitante, lo vuelven vulnerable, indefenso. Si algún valor tienen los templos, no es el artístico, ni el cultural, porque ni los que los que las encargaron, ni los que las diseñaron ni los que esculpieron ni los que las pintaron ni los que la construyeron fueron libres. De esto hay mucho que hablar...

Las obras son templos levantados contra el olvido. Se crean precisamente para eso, para evitar que se olvidar para luchar contra la futilidad de la vida, del tiempo, del ser. Es irresistible cargar con el peso de la nada, por eso luchamos, por eso creamos, lo materico de nuestras obras solo busca una perpetuación palpable en el tiempo. Una huida de la muerte, de la única muerte que existe, la eterna. Y ahí están los fariseos, los guardianes de los templos que otros han construido con su sangre y con su fuego. Ellos se sienten dioses por ser esclavos de unas leyes castrantes de unas ideas peregrinas. Ahí están los guardianes de la moral, lo hipócritas, con su debilidad moral y mental profanando la vida.
Pero nada se puede olvidar sin justicia, si le levantamos grandes muros para ocultárnoslo, solo hacemos que perpetuar lo innombrable tras un triste muro de ignorancia. Pero ignorar lo evidente es perpetuar el propio objeto del olvido.

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