LOS JUGUETES DE LA GUERRA - VIII Ver más grande

LOS JUGUETES DE LA GUERRA - VIII

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Mis hijos, siento que son mis tres triunfos ante una vida en el fondo bella y ante una sociedad injusta. Ellos están aquí, son portavoz de la misma que me grita que buenos son, estabas en lo cierto. Y sin embargo sé que ellos no sienten lo mismo que la historia se repite una y otra vez y que el padre siempre...

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Empiezo a descubrir en algunos movimientos de mis manos, las manos de mi padre y en mis besos los besos de mi madre. Y esto me inquieta, me inquieta mucho
Mis primero juguetes fueron soldaditos Un castillo y un fuerte que se desmontaba, los recuerdo con ilusión. En aquella sociedad estaba muy presente la guerra. La guerra civil española que solía estar flotando en el aire y la mundial que aparecía sin cesar en tebeos y películas, en nuestros juegos, en la educación y en el olor de la miseria cuando nos rodeaba. Los militares sin embargo no eran los reyes de la calle, estaban en un estadio superior, la calle estaba pacificada, sometida y era lo civil lo que primaba en un claro esfuerzo por demostrar que todo estaba ganado y no quedaba ya nada por defender. Era la prepotencia de la fuerza, el paternalismo empalagoso y mezquino del poderoso. Donde nada corresponde a nadie por justicia sino por benevolencia y generosidad. En esa sociedad mucho más burda que ahora e igual de mezquina se forjo mi niñez.
Recuerdo a mi abuelito con mucha ternura. Era un hombre fuerte, corporalmente creo que me parezco a él, ninguneado siempre a sus espaldas por mi padre, siempre fue muy cariñoso conmigo, yo era su nieto más pequeño y de él guardo constancia de su mucha bondad y de su cariño. Me colmo de los mejores regalos que me hicieron jamás, de aquellos que recibí con más ilusión y que aun guardo como auténticos tesoros. Tuve la suerte de acompañarlo en mi adolescencia en repetidas ocasiones y en alguno de sus viajes. Recuerdo su forma cordial y seductora de relacionarse con la gente, con el mundo que nos rodeaba y con el que él sabía de sobra convivir. Recuerdo sus lágrimas acordándose de mi abuela, su risa gastándome bromas con las chicas, y su mejor herencia, su bondad, la que tuvo siempre conmigo la que aprendí de él, la que conservo. Es una lástima que no se puedan conservar vivas siempre y tengamos que guardarlas en el cuarto del recuerdo. Ese destinado al olvido, ese de las emociones auténticas e importantes. Nunca escuche ninguna historia donde le hiciera daño a nadie. Y escuche de él que estando trabajando de niño de albañil en una obra vio como un albañil adulto, empujaba a otro desde lo alto de un andamio. El asesino decía que el compañero se había caído y él mantuvo delante de todos que lo había empujado. Contaba que fueron muchas las presiones y amenazas que sufrió por parte de todos, incluyendo la policía y el juzgado, pero que él se mantuvo firme en su declaración. Al asesino lo encarcelaron y contaba como anécdota que muchos años después, en plena guerra civil, viajando en el tren se lo encontró, la guerra había abierto las cárceles. Mi abuelo ya no era un niño, sino todo un hombre y el individuo en cuestión no lo reconoció. Al contar esta historia había un sabor de orgullo, injusticia y desilusión en sus palabras. Yo siempre considere injusto que se tuviera que someter a esta prueba pero valoraba su valor luchando por lo que consideraba la verdad y la justicia. Hoy siento desesperanza.
Se sentía orgulloso también de haber sido limpiabotas de niño y me llevaba a venerar la tumba de sus padres, recuerdo como se arrodillaba ante ella y besaba el suelo donde estaban enterrados. Es una imagen que se me ha quedado grabada. Era sobrecogedor ver a mi entrañable y bondadoso abuelito de aquella guisa tan vulnerable y sumisa. Había algo en mi educación paterna que me descuadraba frente a ese hecho.
Mi madre me contaba que su abuelo paterno, es decir el padre de este, mi abuelito, era jefe de prisiones y que cuando llegaba a casa le daba a su mujer en metálico el precio de lo que consideraba era el valor de su comida y en ese precio no estaba contemplado la alimentación de sus hijos. No se mas, pero había desprecio en sus palabras. Nunca escuche de mi abuelo cuestionar la bondad de sus padres, sino todo lo contrario.

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Mis hijos, siento que son mis tres triunfos ante una vida en el fondo bella y ante una sociedad injusta. Ellos están aquí, son portavoz de la misma que me grita que buenos son, estabas en lo cierto. Y sin embargo sé que ellos no sienten lo mismo que la historia se repite una y otra vez y que el padre siempre...

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