MI ABUELA ERA LA MUJER MAS GORDA DEL MUNDO - IX Ver más grande

MI ABUELA ERA LA MUJER MAS GORDA DEL MUNDO - IX

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Recuerdo que mi padre despreciaba su gordura, recuerdo que una vez, ella me pidió que le dejara probar el flan que me estaba comiendo y que yo inmerso en mi deseo me negué. Cuando me quedaban apenas dos miserables trocitos sobrantes se los ofrecí y ella con toda la razón del mundo me los desprecio. Siempre me arrepentí de no haber accedido en primera instancia a su petición. Conmigo fue cariñosa y a sus brazos recurrí aquel día tan horroroso.
Era por la tarde, aquel día de verano en la casa que mis padres tenían en el campo, estamos mis hermanos y yo, mis abuelos maternos y mis tíos que habían venido a pasar un día familiar con mis primos. De pronto apareció mi abuela paterna acompañada de mi tía Finita, habían ido andando hasta allí. Mi abuela iba de negro como siempre. Iban chichando, teatralizando una serie de reproches que caían sobre mí tío Vicente, mientras se acercaban a mi padre, era la reproducción de una imagen de la biblia donde una madre de rodillas suplica por la vida de su hija. Mi tío era un hombre enjuto, de musculatura fibrosa y nervio. Conmigo siempre fue muy cariñoso, sabía que me apreciaba y siempre le tuve mucho cariño. Nunca tuvo ni un gesto de hostilidad o aspereza conmigo. De repente mi tío perdió los estribos y le dio un golpe seco en el hombro a mi abuela, mi padre corrió a separarlo, no vi más. Salí corriendo asustado y muy acongojado, recuerdo que me sentí perdido y en esos momentos de angustia acudí en busca de cobijo encima de las piernas de mi abuela materna que me protegió con fuerza y con cariño, maldiciendo el incidente. Mi tío y mi padre estuvieron sin hablarse durante años, pero a las familias no trascendió, yo seguí yendo a casa de mi tío con mi primo y viceversa, todo seguía exactamente igual entre nosotros, nuestras madres se hablaban entre si cordialmente como siempre, hasta que pasados los años hicieron las paces los dos hermanos. Nunca se habló de culpables.
Mi padre hablaba con fuerza y dolor sobre su madre pero mantenía que cuando eran niños había sido buenísima con todos sus hijos, que se quitaba el pan de la boca para dárselo a ellos, recordaba con admiración como durante la guerra se sacrificaba para conseguirles alimentos. Y andaba todos los días muchos kilómetros para traérselos. Y como le curaba a mi padre su ojo enfermo hasta llagarse ella misma las manos. A mí siempre me dio un poco de reparo acercarme a ella, olía mal, casi no tuve apenas trato, mi padre nos apartaba de ella, rara vez nos llevaba a verla, las veces que la vi fue cariñosa conmigo, aunque no llegue a saber si sinceramente.
Mis tíos eran cariñosos conmigo. Recuerdo que mi tía Lola desnudaba a sus hijos sin pudor alguno a la hora del baño, como era natural y lógico, sin embargo el pudor al desnudo era algo establecido desde muy, muy pequeños en mi casa. Una mañana mi madre había tenido que salir y le dejo a mi tía Lola a cargo de mi casa. Mi tía pretendió ducharnos a mi prima y a mí, juntos, ella tenía 9 meses menos que yo. Pese a la fuerte insistencia de mi tía, a sus razonamientos y a toda la presión, yo me negué y luche físicamente con vehemencia y empecé a llorar, tal fue mi empeño en la negativa y la desesperación que debí mostrar que mi tía desistió. Aún recuerdo el hecho y el habérselo contado a mi madre. Ella me dio la razón en privado, sin embargo nunca fui consciente de su pudor puritano.
Contaba mi padre que yo de niño (uno o dos años, no lo recuerdo) tuve una enfermedad que a la que llamaban “acetona” y me tenían que tomar frecuentes muestras de orina. Mi padre se pasó varias horas aguantándome la “pilila” dentro de un vasito, en el wáter repitiéndome “Visentet, pisha un poquet” (Vicentito, mea un poquito) al cabo de este tiempo en un despiste me quito el vaso y entonces orine fuera. Hoy sigo sin tener muy claro dónde está la moraleja de esta anécdota que me recordaron tantas veces.

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