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TODO CAMBIO EN MI VIDA A LOS DIECISÉIS AÑOS - X

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Al cumplir dieciséis años sentí que algo fundamental estaba cambiando en mi vida. Me empezaba a sentir un hombre. Fue entonces cuando empecé a escribir y comencé con una novela que se titularía: “Crisis de mi vida” y que nunca llegue a terminar, sus páginas supongo que están perdidas, nunca las recupere...

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Al cumplir dieciséis años sentí que algo fundamental estaba cambiando en mi vida. Me empezaba a sentir un hombre. Fue entonces cuando empecé a escribir y comencé con una novela que se titularía: “Crisis de mi vida” y que nunca llegue a terminar, sus páginas supongo que están perdidas, nunca las recupere.
En las revisiones médicas del colegio, me decían que yo tenía un soplo en el corazón y ese año mi padre se encontró a un antiguo alumno suyo que había estado estudiando fuera y se había hecho al parecer un notable cardiólogo. Me llevaron a que me hiciera una revisión y él me diagnostico una coartación aortica, lo que implicaba que si no se me operaba, a los cuarenta años sería un viejo. Aquello tenía un punto muy emocionante, me convertía en el centro de las miradas de mis padres y evidentemente en una víctima de la fortuna. Mi inconciencia y mi valentía se aunaron para que me creara y me creyese un halo de valentía frente a los demás y a mí mismo. Nada me podía ocurrir, mis padres no lo permitirían, ni la sociedad que me cobijaba tampoco. La vida era justa y por lo tanto no podía pasarme nada. No tenía por qué tener miedo. En efecto, este tipo de operaciones solo se hacían dos médicos en España. El yerno del dictador que no era muy de fiar. Y un cirujano de Barcelona que al parecer tenía prestigio internacional, el doctor Masana, recuerdo su nombre. Como en un cuento yo me salvaría a pesar de que advertían que la operación tenía un riesgo de un veinticinco por ciento. Me llevaron a Barcelona, por primera vez fui en avión, no conocía a nade que hubiese subido antes, la aventura había comenzado. Me enseñaron Barcelona y me llevaron a un hospital pequeño y moderno. Las enfermeras, los médicos, todo el personal era muy simpático y agradable conmigo. Había un cierto aire materno paternal en ellos. Sé que mi adolescencia les despertaba ternura, cariño e interés, así que me trataron muy bien. Bueno la prueba que me hicieron fue muy dura. A la nueve de la mañana pesaba cincuenta siete kilos, era muy delgado para mi altura. Me tumbaron en una dura tabla de quirófano y me hicieron un cateterismo que consistía en introducirme un catéter, es decir, un tubito de goma por la arteria de mi brazo derecho hasta el cayado aórtico, que al parecer es donde tenía el estrechamiento aórtico. Una vez allí, me introdujeron un líquido de contraste y me gravaban una película de rayos x. Así sabían la localización exacta, el tamaño y la gravedad de la coartación. Recuerdo que no me podían dormir del todo porque cuando me introducían el contraste se me paraba el corazón y la sensación era demoledora, creía que me moría. Lo cierto es que lo pase muy mal, a las dos de la tarde, después de siete horas, según me dijo mi madre, salía de quirófano pesando cincuenta y dos. Había perdido cinco kilos tumbado en esa cama, casi un diez por ciento de mi masa corporal. Pero al salir del quirófano postrado en la camilla, vi a mi padre y le sonreí y le hice un gesto con la mano llamándolo: “bollin” que era nuestro código personal, yo pasaba los límites del respeto rancio que se le debía tener a un padre y él se quejaba ligeramente para que tuviera sentido mi rebeldía. Esa vez no se quejó, pareció conmoverle.
Regrese al colegio flaco y desmejorado. Durante aquellos meses todo mi entorno me trataba mejor, me sentía un tanto mimado pero era una sensación agradable. Recuerdo que se planteó en casa el coste de mi operación. La seguridad social no se hacía cargo porque al parecer estas operaciones no estaban contempladas dentro de las prestaciones por lo novedosas y costosas. Sin embargo el seguro escolar tenía que hacerse cargo en parte de dicha operación y al parecer así es como en casa se mitigaron en gran parte los gastos. Aunque mi todopoderoso padre tenía recursos de sobra para si fuera necesario vender lo que fuera, pero no hizo falta.
Después vino la operación, que no fue tan traumática, me pintaron con rotulador una cruz en el empeine del pie y me dijeron, pon el dedo, notas el pulso? pues ahí está la diferencia, antes no lo tenías!. No fue demasiado traumático, perder una costilla y la sensibilidad de mi pezón izquierdo, aunque apenas lo usaba. Una cicatriz larguísima me recorría el tórax, a partir de entonces la luciría como una herida de guerra sin saber porque me tenía que sentir orgulloso. Recuerdo el penetrante olor a orín cuando estaba en la UVI y lo débil que me sentía cuando me dieron el alta. Había adelgazado dos kilos más, tan solo pesaba 50. Todo el mundo a mí alrededor me había tratado y me trataba muy bien. Mi padre en un alarde me dijo: pídeme el regalo que quieras que te lo compro y yo le pedí un libro de TINTIN. No fue ninguna contradicción, a mí nunca me gusto leer pero aquella publicación contaba la historia gráficamente.
Me entere que en el colegio había rezado por mí en el rosario. Me lo dijo Alfredito cuando volví. Mi madre estuvo conmigo y en ningún momento descubrí el dramatismo en su cara ni en sus acciones, era una mujer muy animosa o así lo debí interpretar yo. Volví a casa y al colegio a mi rutina cotidiana.

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