ULTIMO CURSO – XV Ver más grande

ULTIMO CURSO – XV

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Hay hechos en la vida de las personas que nunca se terminan de comprender. Y vivencias con las que uno carga y sobrevive sin darse cuenta que son un lastre fatal y dejan de ser fatales precisamente porque uno sobrevive con ellas...

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Hay hechos en la vida de las personas que nunca se terminan de comprender. Y vivencias con las que uno carga y sobrevive sin darse cuenta que son un lastre fatal y dejan de ser fatales precisamente porque uno sobrevive con ellas.

Mi último curso de colegio, el curso de orientación para la universidad, se vio empañado por un hecho simbólico. Excelente colofón para lo que había sido mi enseñanza escolar desde mi más tierna infancia.
Se habían formado al parecer dos facciones entre los hermanos de la orden de aquel colegio religioso. Una apoyaba al director y la otra pudiera ser mas renovadora, más acorde con los tiempos que corrían. He de apostillar que por aquel entonces, la iglesia católica que había apoyado a las fuerzas del general, se veían al parecer amenazada por las nuevas tendencia del Papa Pablo VI que es posible pretendiese acercar la iglesia al pueblo. Lo cierto es que al parecer el religioso de filosofía que nos había tocado, era de la oposición a lo establecido.
Un día nos llaman por los altavoces del colegio a Alfredo y a mí, al despacho del director. Era un hecho inaudito que retumbaran en los patios del colegio nuestros nombres a no ser que fuera por un motivo grave. Automáticamente nos condujeron a unos cuartos y nos separaron. El subdirector era el interrogador. Teníamos diecisiete años. “El figo”, así lo apodaban, comenzó entonces a acusarnos de algo que al parecer habíamos hecho y que debía ser horroroso. Después de un buen rato, en el que no faltaron los silencios ni las amenazas, me encerró para que meditara acerca de mi supuesta culpabilidad. No era yo, lo suficientemente estricto en mi moral como para que me acusaran encima de algo que no era capaz de comprender y por mucho que pensaba una en una, en todas mis culpas no era capaz de imaginar. Al cabo de un rato larguísimo, debió ser más de una hora, apareció de nuevo “el figo” con sus truculentas inculpaciones. El caso era que si acusaba a Alfredo, serian clementes conmigo y como mi padre llevaba siendo profesor del colegio tantos años como yo alumno, es decir once años. Lo tendrían en cuenta.
Mi reacción fue clara, que llamaran a mi padre, que yo no tenía nada que ver con las acusaciones. Había empezado a darme cuenta de lo que nos acusaban.
Habían aparecido frases descalificatorias en contra del director en los aseos del pasillo de los cursos superiores. Dichos aseos tenían una rejilla de madera justo encima de los urinarios. Curiosamente esa rejilla de madera daba a un cuarto ropero perteneciente a una de las clases. Pues para descubrirlo todo, habían colocado una mesa con una silla encima, dentro del ropero y un religioso observaba a través de la rejilla a los alumnos que íbamos al servicio. El cual después de horas de espionaje viéndonos a los chiquillos nuestras partes pudorosas meando. Al final, nos habían visto y escuchado a Alfredo y a mí, escribiendo tamañas calumnias injuriosas. Pensando, pensaras... caí en la cuenta que por la mañana Alfredo y yo habíamos estado fumando un cigarro marca “Peper”, escondidos en los aseos, práctica común entre los alumnos de cursos superiores del colegio. Cabe recordar que por aquel entonces no había prácticamente restricciones con el tabaco. De hecho los profesores fumaban en clase y era visto como algo natural. Los alumnos no podíamos ni fumar ni tampoco comer chicle ni acudir sin corbata al colegio. Alegue por tanto la verdad en mi declaración escrita que Alfredo y yo estuvimos fumando en los aseos, inculpándonos de aquello, pero en absoluto de las pintadas alusivas al director y muy en serio contemple la posibilidad de que si buscaban en los desagües encontraría la colilla.
Varias horas después de la hora de salida, ya anocheciendo nos dejaron salir por separado a Alfredo y a mí, fueron unas horas angustiosas respirando una pegajosa sensación de impotencia e incomprensión por aquella institución a la que durante casi toda nuestra vida nos habían encomendado. Cuando llegue a casa lo conté, aunque sabía que se enfadarían por haberme metido en un problema grave, tenía muy claro que en ningún momento dudarían de mí palabra, como así fue, jure que yo no había sido y sin mostrar duda alguna me creyeron, creo que ha sido la unica vez en mi vida que he jurado, jurar sin causa grave era pecado. Lo mismo le paso a Alfredo, en su casa le creyeron sin dudarlo. Los dos pudimos entonces contarnos nuestra vivencia, eran muy similares. Nunca dudamos el uno del otro, nuestra amistad lejos de perderse se fortaleció si aún cabía.

Al día siguiente, mi padre hablo en el colegio y lo conto en casa, se trataba de una conspiración interna que nos había pillado en medio por ser los dos pelirrojos y fácilmente reconocibles. La cosa termino en un emotivo abrazo entre él y el director y se cerró aquella página sin ninguna disculpa institucional.
No me importo a nivel personal, no había cariño por en medio, pero fue la gota que colmó mi vaso de decepción institucional.
Es curioso y extraño que años después, Alfredo llevara a sus hijos a ese mismo colegio.

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