LA RESIDENCIA UNIVERSITARIA – XVIII Ver más grande

LA RESIDENCIA UNIVERSITARIA – XVIII

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En aquella residencia conocí a un gran número de personajes que me resultaban singulares. Jaime era uno de ellos, compartíamos pasión por el teatro y éramos compañeros de clase, curiosamente él también estudiaba farmacia, nos había tocado habitaciones contiguas...

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En aquella residencia conocí a un gran número de personajes que me resultaban singulares. Jaime era uno de ellos, compartíamos pasión por el teatro y éramos compañeros de clase, curiosamente él también estudiaba farmacia, nos había tocado habitaciones contiguas, Le tome mucho aprecio, era bondadoso y un afable soñador. Había metido una ratita blanca en su cuarto, cosa que estaba absolutamente prohibida, la guardaba en el armario. Tenía una novia que estudiaba en Madrid. Cuando el curso estaba muy avanzado Jaime empezó a volverse cada vez más abstracto, sus conversaciones se llenaron de metafóricas y sugerentes emociones. Algo impactaba una y otra vez en sus convicciones. Un buen día me dijo que se escapaba de la residencia y se iba a Madrid a ver a su novia. Era una audaz locura y más, pensando en lo avanzado del curso. Días después me avisaron que acudiera al locutorio, tenía una llamada telefónica. Era la madre de Jaime, me decía que había desaparecido, que hacía varios días que no sabían nada de él y que no tenían como localizarlo que si yo sabía algo de sus intenciones o de su paradero. Le argumente que como amigo suyo no podía traicionar su amistad y que no se preocupasen. La mujer con paciencia, amabilidad y buen tino, me dijo que me comprendía pero que me pusiera en su lugar que ellos lo querían mucho y estaban muy preocupados por él. Sus palabras llenas de ternura, angustia y afecto hicieron mella en mí, y aquel férreo e implacable sentido de la amistad del que me sentía paladín, tuvo que dar paso a la razón y a la humanidad. Le dije, tiene usted razón Jaime no ha hecho bien poniéndolos en esta situación, le voy a decir lo que, lo que a mí me dijo. Y confesé su paradero. La mujer se volcó en agradecimientos y yo me quede tranquilo con mi conciencia pese a haberlo delatado.
Poco tiempo después vinieron a recoger las cosas de su cuarto, la rata había roído un buen pedazo de la puerta de su armario. Me dijeron que lo habían encontrado en Madrid, en casa de su novia, padecía un brote de esquizofrenia.
Ese verano fui a visitarlo a su casa, me recibió muy cariñosamente, lo encontré bien, tenía una cicatriz de quemadura en un lado de la frente junto a la sien. Le pregunte y me dijo que habían sido los electrodos que se le habían movido cuando le aplicaron electroshock.
Nunca volví a verlo pero supe de él a través de un amigo común.

Con la proximidad de los exámenes optábamos por llevar una vida nocturna. Era una especie de auto castigo que nos infringíamos para motivarnos. Para mantenerse uno despierto y activo nos apoyábamos en el café e incluso en una droga que aumentaba al parecer la capacidad de concentración y que se vendía con receta en las farmacias, era una anfetamina que se comercializaba con el nombre de Centramina. Su recomendación terapéutica es que facilitaba el adelgazamiento. Nunca la había tomado y probé con media pastilla. No sé si por placebo pero esa noche estudie la mar de bien, me mantuve despejado y concentrado. Odiaba memorizar, sentía ninguneada la que consideraba mi cualidad fundamental de ser humano, mi inteligencia. La memoria era el sucedáneo que empleaban los cortos de inteligencia para paliarla y era habitual ver a los personajes más torpes y cerriles aprenderse de memoria hasta la propia ejecución de los problemas de matemáticas. De tal forma que hasta el mayor de los torpes era capaz de aprobar las matemáticas o la física no por saber resolver la ecuación o la formula sino porque no solo se sabían de memoria a priori el resultado sino el propio desarrollo del problema. A mí esto me escandalizaba y me echaba por tierra la confianza en el sistema académico.

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