El orden y lo exacto me emanaban con una rigidez abrumante. No me parecía tierno, cálido, humano. Mi madre controlaba la casa y aunque creo que era más o menos normal en este aspecto de su vida, en otros era un persona rígida e inflexible, pero en la mayoria era un tanto caótica, y esta cualidad me hacía sentir cómodo. Por supuesto sabía que el orden era mucho más eficaz y limpio, pero en el fondo siempre me ha tocado los cojones y por mucho que he luchado y sigo luchando, estoy convencido que por mi bien nunca conseguiré serlo. Mi cuarto de la residencia, era un caos dentro de los márgenes de lo resistible. Tenía una pequeña estantería con libros, apuntes, mis discos, mi tocadiscos... Me dormía escuchando música, siempre de cantautores de la época, la mayoría pertenecían a la entonces canción protesta. Exsudaban la en su mayoria un victimismo tan entrañable que me hacían evocar mi pasado y desear un futuro muejor. Así me quedaba dormido todas las noches. Como a veces se terminaba el LP sin haberme dormido y era muy molesto tener que levantarse para ponerlo otra vez. Con la caja de una bombilla, un bolígrafo, unas grapas, dos monedas de dos reales y un poco de hilo de pescar me fabrique un sencillo y eficaz artilugio, con el que manipulando dos hilos a la vez, como si de un títere se tratase, volvía a encender el tocadiscos, tumbado desde la cama. Y así escuchaba una y otra vez la misma cara del mismo LP.
De aquel tiempo recuerdo con cariño a los amigos, aquel compañerismo y el cálido el sabor de la amistad, duradero en varios casos. También estudiaba con nosotros mi primo Vicente. Todos cumplíamos un objetivo común: intentar cubrir las expectativas de nuestros padres, algunos con más acierto y otros con menos. Ese verano estuvimos poco más de un mes en Alicante, tuvimos que volver a Granada a estudiar las que nos habían quedado pendientes. En septiembre, alquilamos entre todos un piso, yo hacía de cocinero para no tener que fregar los platos.
Estudiaba segundo de farmacia, era mi tercer año en Granada, cada vez me encontraba mejor, más seguro de mí mismo, quería ser poeta. Y escribí y escribí poesías. Quise incluso formar un grupo de teatro. Me empecé a relacionar con compañeros que escribían y me presente a un certamen de poesía de la OEU (organización de estudiantes universitarios) de Granada. Consistía en presentar un par de poemas y recitarlos en la sede de la organización. Elegí un poema que había titulado “Soñador de marionetas”. Me gustaba porque con él, pensaba que había roto la rima y había conseguido alcanzar un verso libre, aquella poesía era especial para mí, empezaba hablando de una chica que se llamaba Cristina y que me gustaba. Decía así:
Tu niñez me esquiva en tu mirada y tu voz me sonríe en triste sino tu cobardía desafía mis entrañas tu silencio me hunde en desatino. Tu ser renace en dos palabras. Y todo esto todo este hablar en fantasía me duele me gusta y me consuelo me aborta y me nace el cerebelo Es inútil pensar en nuevo día, es inútil que el poeta sueñe en la belleza, la viva la sienta la proclame se extasié se inunde se duerma. Es inútil ser poeta ser un vago mentiroso soñador de marionetas ser tenaz ser cauteloso que se ahoga en desconsuelo que renace en cada duelo que se humilla con la pluma y aparece entre la bruma. Es inútil ser poeta mendigo de la miradas profeta de sol y luna sirviente de buena cuna adulador de miserias vagabundo de amoríos Pobre de ti se reirán sobre tu tumba y cubrirán de penumbra la belleza que forjaste un día dos tres… es inútil ser poeta.
Al escribirla de nuevo, me he percatado que me la sé de memoria, siento la sensación de que en aquellos momentos quería quitarme la caspa de encima y no sabía cómo hacerlo. Debio ser un acto de supervivencia. El pasado me aportaba los cimientos que necesitaba y agradecia agradecia de cara a un futuro que tenía muchas posibilidades de ser enriquecedor y satisfactorio. No tenía que tener miedo al olvido, el premio estaba en seguir el camino que uno debia.
Aquella tarde no hubo color, no hay cosa más aburrida que escuchar poemas y más poemas de autores que no saben recitar. Cuando me llegó el turno, recite y recite con todo mi ánimo y pasión mis dos poemas elegidos. Y que habia ensayado dia tras en el bosquecito de chopos detras de la residencia. Reunido el jurado dio su veredicto. ¡Me dieron el segundo premio! Y añadieron una mención de honor por la excelente exposición de los poemas, según rezaba. La mención estaba clara, pero el premio ¡Me habían dado un premio de poesía!. Un jurado imparcial habia reconocido y valorado mi capacidad como poeta. Aquello fue un hito en mi vida. A la mañana siguiente salió la noticia en el periódico “Ideal” de Granada. Nunca me han importado demasiado las felicitaciones que las tuve, siempre he considerado que los aplausos son un simple acto de cortesía, pero el premio por ser escritor, ese sí que me llego al alma. Mi autoestima saco la cabeza de aquel agujero en el que estaba y tal vez incluso el cuello. Estaba muy orgulloso y seguro de mí mismo.
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