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Probablemente aún recordemos con ternura, el maternal consejo: “Cierra bien la puerta y no le abras a nadie”. Aquel era el momento de jugar a los juegos prohibidos, de rebuscar por los cajones los ocultos secretos familiares, de los saltos atléticos en la cama, de los disfraces, de las caras pintadas y del agua... Hasta que inevitablemente sonaba el timbre de la puerta, entonces, de repente surgía la ansiedad y el desamparo, el afilado silencio, la inmovilidad y el miedo. Basada en un hecho real entre mi hija María y su abuelo, mi padre. |
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