GLORIA, LA PRIMERA VEZ – XXV Ver más grande

GLORIA, LA PRIMERA VEZ – XXV

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Volví a Madrid. Para intentar entrar en la Real Escuela de Arte Dramático y Danza, había que pasar un examen de ingreso. Consistía en recitar un par de poemas y representar un breve monologo. Te daban a elegir entre varios, creo recordar que elegí uno de Sartre. No me costó nada preparármelo...

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Volví a Madrid. Para intentar entrar en la Real Escuela de Arte Dramático y Danza, había que pasar un examen de ingreso. Consistía en recitar un par de poemas y representar un breve monologo. Te daban a elegir entre varios, creo recordar que elegí uno de Sartre. No me costó nada preparármelo, creía a ciencia cierta, que estaba predestinado para superarlo, es más, para sorprender al jurado clasificador. Y no sé si los sorprendí, pero tal y como esperaba, cuando salieron los resultados y mire la lista... Yo estaba entre los admitidos. Lógicamente me dio alegría, las cosas salían como tenían que salir. No creo que fuera prepotente, era un iluso totalmente convencido de su capacidad. Podía dudar de muchas de mis cualidades pero de esa no. Mis años de colegio había menoscabado mi autoestima en muchísimos aspectos, pero mi fe en mi capacidad actoral permanecía en aquellos momentos incólume.
Entrar en psicología en la complutense de Madrid, era más complicado. Tenían que concederme el traslado de expediente académico y no cumplía los requisitos. Sin embargo había una puerta falsa, era estudiar por libre solicitando el traslado, tambien por libre, a lo largo de ese año, las posibilidades de que me lo concediesen se disparaban. Por lo que ya tenía clara mi situación, estudiaría Arte Dramático de forma oficial y Psicología como alumno libre.
Recuerdo cuando entre por primera vez en la facultad complutense de psicología. Estaba tomada por policías totalmente uniformados de gris y armados con antidisturbios. Llevaban un poderoso casco con visera panorámica trasparente que les confería la protección de los dioses. Mi hermano me había comentado en alguna ocasión, que la policía no podía entrar en la universidad, sino era por petición explicita y puntual del rector de la misma. Pero en 1975 en Madrid las cosas eran diferentes.
Mi primo Vicente que tenía mi edad y que estuvo estudiando conmigo farmacia en Granada, también se la había dejado y también había llegado a un acuerdo con su padre. Se vendría a Madrid a estudiar óptica.
Allí estabamos los dos, en un cuarto de pensión en la calle princesa, hospedados mientras arreglábamos los papeles y nos procurábamos otro alojamiento que nos fuera más propicio.
Al poco tiempo, junto con el hermano de La Pop nos instalamos en otro barrio apartado de Madrid: Pinar del Rey. De aquella casa recuerdo que me toco la mejor habitación, tenía una cama de matrimonio y mucha luz.
Puedo decir y digo que en aquel momento viví uno de los episodios más importantes de mi vida. En la universidad complutense de psicología conocí a Gloria, ella tenía 18 años sobre uno ojos lánguidos de mujer fatal. Y me enamore porque tenía que enamorarme, porque así tenía que ser, lo había estado necesitando, crei, durante toda mi vida. Por fin había llegado el momento.
Le escribía poesías, nos veíamos en su casa, vivía en Arguelles, o en aquel cuarto de la mía. No recuerdo sus besos, pero si sus voluminosos y suaves pechos de mujer adulta. Recuerdo aquella vez que nos abrazamos intensamente, tumbados sobre mi cama. Estábamos vestidos, yo encima de ella, fundidos en un eterno discurso de azarosos abrazos y besos, sentí de repente que la vida se me escapaba. Me acaba de correr. Era la primera vez en mi vida que eyaculaba despierto. Y lo había hecho encima de mi amada, sin llegar a la penetración. No sentí vergüenza pero tuve la sensación de que algo no había funcionado, sin duda no debía haber sido así.
No recuerdo cuanto tiempo paso, ni siquiera se, si fue ese mismo día, pero de nuevo aparecimos en la cama, esta vez desnudos. Poquito a poco la penetraba, cuidadosamente mientras ella, me marcaba los tiempos y respiraba profundamente. Su sexo le imponía prudencia, a mi determinazion ansiada y contenida. De pronto deje de sentir resistencia. Mi pene entraba en ella suavemente y con libertad. Se sorprendió. Nos sorprendimos. Su himen había cedido, después de unas cuantas idas y venidas me salí bruscamente de ella, y eyacule sobre la piel suave de su estómago. Nos miramos, nos destapamos y nos limpiamos, ella había sangrado. Ambos acabamos de perder la virginidad. Le pregunte si había sido su primera vez, ella tenía novio. Me dijo que sí. Me pregunto si había sido mi primera vez, yo le dije que no, que tenía alguna experiencia. Ella se lo creyó o eso me dijo.
Es cierto que había hecho por primera el amor, con amor y por amor. Y estuve plenamente convencido de ello durante bastante tiempo. Es cierto que hubieron muchos besos y caricias. Y deseo, y que todo estuvo impregnado de sentimientos de afecto. Es cierto que por primera vez roce con la punta de mi lengua su clítoris. Recuerdo como me paro en seco, se levanto, fue y al momentito volvió para decirme que continuara. Acababa de ir al baño a lavarse. Pudores de entonces…
Ella fue la primera que me hizo una felación, lo recuerdo perfectamente, al final, a punto del orgasmo y pese a que lo deseaba ardientemente, me pareció una falta de tacto hacia ella correrme en su boca. Y en el último instante la aparte. Recuerdo su cara de extrañeza mirándome, con una gotita de semen en su labio superior. A ella no le hubiera importado que lo hiciese, me dijo.

En aquel entonces tenía escrito con sangre en mi conciencia de varon, que un hombre, no es un hombre, si no es capaz de hacer sentir el orgasmo a una mujer. Y yo pese a que lo intentaba por todo los medios que conocía, no había podido conseguirlo. Curiosamente cuando yo sentía un orgasmo, mi miembro viril se volvía flácido y mi apetencia sexual se cortaba de cuajo. Ella se mofaba entonces de mí y de mi miembro viril y opto por apodarme “debilucho”. No contaba yo con tamaña y sorprendente evidencia de mi debilidad varonil, pero no tarde en intentar volverla a mi favor. Llegaba entonces incluso, a masturbarme antes de hacer el amor, para a continuación sentir menos y no eyacular tan rápido. Así, pensaba conseguir que le diera tiempo a ella para llegar al orgasmo. Pero uno tras otro mis intentos fallaban. Recuerdo que una ocasión lo consultamos con una amiga de la universidad que estaba casada. Pero este debilucho nunca lo consiguió. Le escribí un libro entero de poemas de amor, sin embargo no me queda de aquella relación ningún regusto de amor, ni de cariño. Pese a que fue necesariamente un hito en mis relaciones.

Pocos años después la llame por teléfono, me hacía ilusión saber de ella. Me contesto mal y despectivamente. La necesidad, inestimable compañera de todo cambio, una vez más no fue bondadosa ni compasiva. Sobreviví.

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