SEGUNDA PARTE – XXVI Ver más grande

SEGUNDA PARTE – XXVI

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Fue sin duda mi necesidad sexual, mi gran aliada. A ella, a mis órganos de varón, a mi naturaleza de hombre, a la que le debo el salto evolutivo emocional e ideológico más grande que he tenido. Un día andando por la calle, en Madrid me di cuenta que no podía existir un Dios bondadoso y justo...

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Fue sin duda mi necesidad sexual, mi gran aliada. A ella, a mis órganos de varón, a mi naturaleza de hombre, a la que le debo el salto evolutivo emocional e ideológico más grande que he tenido. Un día andando por la calle, en Madrid me di cuenta que no podía existir un Dios bondadoso y justo capaz de ser tan cruel de condenar al infierno eterno a sus propios hijos y que desde luego ese, no era mi dios. Y así de repente fui capaz de dejar de creer en el infierno, en el terrible infierno de mi eterna niñez.
Dejar de creer en el infierno me llevo a cuestionarme la existencia de dios y de ahí a dejar de creer también en él. Ese paso no fue doloroso. Dios y yo habíamos sido amigos, era mi padre y mi madre pero nunca le perdone que pretendiera no dejarme vivir mi sexualidad. Me había obligado a elegir y la elegí a e ella y me sentí por primera hombre, acababa de ser capaz de elegir por mí mismo y con todas las consecuencias. No tuve miedo de viajar en tren para visitar a mis padres. Al llegar me entere de la noticia: El dictador había muerto.

SEGUNDA PARTE

En la facultad de psicología teníamos la asignatura de: “Historia de la filosofía” y en vez de apuntes nos obligaban a leer a filósofos y aunque nunca me gusto leer, tuve que tragarme a varios filósofos, ninguno me hizo el impacto de Platón pero fue porque aquello no era filosofía, aquello fue para mí “filosofía poética”, me gustó muchísimo Platón. Me descubrió una nueva forma de ver el mundo mucho más tierna. Lógicamente lejos de convertirme en un erudito del mismo, pase a ser un modesto admirador de su contenido poético más que de su filosofía.
Recuerdo que en examen. El más tonto y simple de clase, entro en férrea discusión con el profesor, porque le había puesto un ocho en el examen en vez de un diez. Y el juraba y perjuraba que se sabía los apuntes al pie de la letra. Para mí, el encuentro con Platón había sido un hito en mi vida, me había llegado directamente al corazón y o estaba suspenso o rozaba el aprobado por los pelos. La estructura educativa seguía igual. Eso sí, allí me enseñaron que Santo Tomas de Aquino, ni siquiera era filosofo. Y que las “vías” que escribió para demostrar la existencia de dios, eran un despropósito y una mentira. Todo lo contrario a lo que me habían enseñado en el colegio.
Hasta entonces solo había conseguido leer El Quijote en versión para niños, y porque estaba escrito a modo de tebeo, con muchos dibujos y escaso texto. Recuerdo que cuando lo termine me puse a llorar. El final, toda la historia del Quijote me conmovió mucho. Quedo totalmente olvidado para mí, el quijote que nos obligaban a leer en arduas jornadas de colegio.
Otro de los escasos libros que he leído en mi vida, me lo obligaron a leer entonces y aunque disentía en muchas cosas, recuerdo que me impresiono. Era un libro novelado de psicología llamado “Walden dos”. Escrito por el que me dijeron que era el padre del conductismo: Skinner. Trataba sobre la formación de una comuna anarquista basada en los principios de las teorías conductistas. La sociedad no tenía por qué estar constituida como yo la había vivido, existían otras opciones. Aquello molaba. Comunas… amor libre… ¡Uhmmm!

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